Madrid es calle, compartir, sonrisas y brindis. Es de noches que alcanzan el amanecer sin pegar ojo, pero también de día, luz y aperitivo. Bendito ritual que aprendimos desde niños en aquellas barras repletas de felicidad, vinos, cervezas y, sobre todo, de vermut, mucho y buen vermut. Bebida algo olvidada durante algunos años, que ha vuelto con la fuerza que merece. Con o sin hielo, con rodajita de naranja, en media combinación o dando vidilla a cócteles más elaborados. Porque forma parte de nuestro paisaje y memoria, y aquí, en la Comunidad de Madrid, con dos representantes de lujo: Zarro y Zecchini. Pero antes de entrar en materia, un par de apuntes para saber qué es lo que es esto. Vamos directos.

De nombre con origen alemán, hace referencia al ajenjo, porque de ahí viene el cuento que contamos, de cuando en la antigua Grecia Hipócrates maceraba el vino con esta planta medicinal. Así se hacía el hipocrás, mejunje con supuestos efectos curativos a cuya composición hacen referencia los textos culinarios de Ruperto de Nola. Pero el tiempo va corriendo y lo que un día fue se va para dejar paso a lo moderno. Un nuevo concepto de vermut acuñado por los Carpano en Milán en 1786. Vino blanco, azúcar y aromáticos a tutiplén. Y tan bien. De Italia pasa a Francia y posteriormente a España, empezando por Cataluña, desde donde se extiende por todo el país.

En nuestra región se asienta en 1940, cuando Zecchini comienza su andadura en la localidad de Valdemoro. Desde entonces se ha hecho con un hueco en nuestro yo cotidiano haciendo extraordinarias las rutinas que queremos para cada día. Una larga historia plagada de medallas que premian el trabajo realizado con sabiduría. Tradición que se diferencia por una oferta de gustos adaptados a las personas. Feliz variedad de la que nos quedamos con todos.

El rojo desde siempre y sin cansar con su balanceo pizpireto y resultón; el blanco, de medido equilibrio con su puntito de cariñosa vainilla de la que hace cosquillitas; el Fórmula Original, que persiste entre balsámicas especias dejando mucho poso; el Nero, de refinado amargor y firmeza tenaz… los hay para todas las boquitas y ocasiones, ya sea solos o en buena compañía.

Escribiendo con pluma precisa no podemos dejarnos en el tintero el otro gran vermut de la Comunidad de Madrid: Zarro. Una empresa familiar con fórmula que llena de magia los vasos desde 1968. Su éxito desde entonces se asienta sobre las mejores materias primas madrileñas y un equilibrio equilibrado entre artesanía y tecnología. Ese arte de ir renovando las formas sin perder la esencia jamás. Con el clásico Rojo, de amplitud de miras y diversión día a día; el Blanco, que refresca con sus cítricos redondos; el Reserva que, tras su paso por barrica, se llena de frutas secas y amarguitas; el Gran Reserva con sabores únicos de complejidad intensa; y el Ecológico, primero del mundo nos cuentan.

Dos productos muy nuestros, tanto como todos esos bares donde ejercer el vermuteo en condiciones. Los de toda la vida, como esa Bodega de Casanova, su Zecchini y la maravilla de aceitunas de Campo Real, tal cual. O los más recién llegados y tan bienvenidos como Hermanos Vinagre, donde nos hacen disfrutar de lo lindo con el Zarro de grifo y su excelente picoteo. Los que tienen su propia fórmula, como la creada por Fernando Gurucharri para Casa Alberto, o los que lo traen de otras latitudes, que ya se sabe que en Madrid las puertas siempre están abiertas. Bodegas Casas, La Ardosa, Ángel Sierra, La Hora del Vermut, Hermanos Valdivieso, Bodegas Alfaro, Rosell, La Elisa, El Boquerón, Distinto, Viva Madrid, Casa Camacho, Latazo, Bodegas Ricla… y todos los que seguiremos visitando para que nunca se pierdan las mejores costumbres.