Café Gijón, el templo de las tertulias de Madrid.
Cuando el Café Gijón abrió sus puertas en 1888, la clientela que acudía a pasar la tarde para disfrutar de una horchata, una leche merengada o un granizado de café, no hablaba del Madrid, del Atlético ni de la selección española. Básicamente, porque todavía no se habían inventado. Reinaba la regente María Cristina de Habsburgo en nombre de su hijo, el rey más joven de la historia Alfonso XIII, que fue proclamado rey desde el mismo día de su nacimiento.
Gumersindo Gómez, asturiano de nacimiento, fue uno de los “indianos” que hizo fortuna en Cuba. Y a su regreso en España, en lugar de volver a su tierra natal, se instaló Madrid, y en pleno paseo de El Prado, abrió el Café Gijón. Es seguramente, de los centenarios, el que más veces hayamos visto los madrileños por su exclusiva y céntrica ubicación. Desde allí vió Gumersindo, ver perder a España las tierras en Cuba, al poco de volver.
Gumersindo se lo vendió a un peluquero de la vecina calle Almirante, con la condición de que le conservase su nombre original. Y hoy en día, lo regenta la familia Escamilla, que lo mantiene como un negocio familiar (a día de hoy son unos 40 empleados, aunque han llegado a tener 72).
No fue hasta 1928 que en Madrid no se instaló la calefacción central en los hogares, así que el acudir a los cafés por las tardes, era una costumbre que estaba más que de moda. En seguida el Café Gijón tomó un aire literario que lo catapultó a la fama internacional. Los escritores, cineastas, bohemios, y artistas, quedaban en el Gijón y pasaban las veladas charlando, llegando a tener las tertulias más que organizadas.
El Café era un centro de reunión, y había la tertulia de los cómicos, la de los cineastas, o la de “contra esto y aquello”, cada una con su mesa asignada. Iban llegando los tertulianos, y entraban en acalorados debates mientras compartían sus opiniones al calor de un carajillo, un licor o un vino. Fue tal su éxito, que se decía que “es más difícil encontrar un sillón en el Gijón, que en la Real Academia de la Lengua”.
En una de las columnas del salón principal, hay un buzón donde los clientes se dejaban mensajes, se buscaba trabajo, se dejaban cartas de amor o se ofrecían servicios. A su manera, el Gijón actuaba como una pequeña empresa de trabajo temporal, y todas las noticias del barrio, se comentaban en su salón. El local es el que es. Nunca fue más grande.
Pepe Bárcenas fue el gran maître del Gijón, y contaba divertido las visitas de Sadam Hussein al café, el día que apareció el mismísimo Buffalo Bill montado a caballo por la puerta giratoria de entrada, el bacalao al pil-pil que le gustaba disfrutar a Franco cada vez que iba, o las constantes visitas de la flor y nata del mundo literario español: Camilo José Cela, Francisco Umbral o Fernando Fernan Gómez, que en los años 60, inauguró el Premio Café Gijón de novela, junto con el Ayuntamiento de Gijón, premio que sigue vigente hoy en día.
En los 70-80 vivió un nuevo boom, encabezado por, entre otros, Tip y Col. Un recuerdo de su paso por ahí sigue colgado en el salón de abajo, lo que antiguamente nació como comedor, en un pequeño cuadro en el que Jose Luis Col escribe “Aquella mujer por dinero, era capaz de todos”.
Testigo de toda esa época, fue un personaje muy relevante ligado a la historia del café: Alfonso, el cerillero. En un armario de madera que se ubica a la entrada del Café, vivió y vio la vida pasar Alfonso, que lo mismo vendía tabaco, chicles, caramelos, mecheros o lotería, que hacía préstamos a los no siempre boyantes artistas que acudían al Gijón. Saludaba con un “buenos días” a todo el que pasaba por la puerta, enfundado en su bata azul. Siempre fiaba dinero y mercancía. Cuando murió en 2007, sus amigos los escritores y demás clientes del café le regalaron una placa homenaje, escrita por Arturo Pérez-Reverte: “Aquí vendió tabaco y vió pasar la vida Alfonso. Cerillero y anarquista. De sus amigos del Gijón”. Se puede ver hoy, ya que está colgada donde se ponía Alfonso para ver la vida pasar a través del Café Gijón.
Hoy en día, el Café Gijón tiene una cocina abierta de lunes a domingo, desde la mañana a la noche. Se ha hecho, desde los años 80, con la terraza del paseo del Prado que tiene delante del local, donde acude un público más joven, con música y coctelería. Un viernes al mes, se celebra un concierto de piano, que está en el medio de la sala. Y la cocina que ofrece el Gijón es casera y tradicional, con platos como ensaladilla, callos o croquetas. En el salón de abajo desayunan muchas veces los políticos que acuden al ayuntamiento a trabajar, como Ana Botella o Inés Sabanés.
A mediodía, entre semana, llenan el salón principal los ejecutivos de la zona que suelen tomar el menú del día. Y los fines de semana, llenan el Gijón los turistas, o los clientes de los hoteles de la zona, que se acercan al Café como reclamo turístico.
El Gijón es el último café literario de Madrid. A día de hoy, aparte de albergar exposiciones temporales de jóvenes pintores, sigue conservando varias tertulias, promovidas por Sánchez Dragó, Vargas Llosa…
Todo madrileño que se precie le tiene mucho cariño al Café Gijón. Un café con solera, donde se ha vivido parte de la historia de España, y donde las tertulias culturales le han dotado de una personalidad única. Larga vida a esta cátedra, de humanidades y letras.