22.00 horas en Madrid. La luz es tardía, reflejo de una primavera donde los días son más largos, la ciudad nos regala horas de luz entre máscaras y sensaciones extrañas en este nuevo Madrid del 2020.

Con la ilusión de las primeras citas, o quizás con mayor ilusión porque esta vez sí adivinamos el desenlace, nos vestimos con nuestras mejores galas y nos adentramos en las calles de Madrid para reencontrarnos con la ciudad, con rostros temerosos tras una mascarilla, con caras sonrientes deseosas de que lo peor haya pasado, con calles poco transitadas en las últimas semanas y que nos reciben con regocijo, y con la ansiada reserva en el restaurante elegido para este reencuentro.

Madrid no ha cambiado y sin embargo la vemos diferente, quizás somos nosotros los que hemos cambiado, han sido tiempos extraños, inciertos y con situaciones dramáticas para muchos. En nuestro fuero interno deseamos que esto pase, que todo vuelva, que todo vuelva a ser normal, reencontrarnos con los de siempre y como siempre.

Una pandemia trastocó nuestros planes para una cena el día en que todos los restaurantes de Madrid se vieron obligados a cerrar sus puertas. Durante este tiempo hemos descubierto la solidaridad de muchas instituciones públicas y privadas que han ayudado a los que más lo han necesitado, y también de muchos restaurantes que han ofrecido sus recursos, sus cocinas, su salud y su trabajo; de éstos guardo sus nombres para agradecer en forma de visita tanta generosidad. También hemos descubierto que Madrid es una ciudad que sabe adaptarse, con muchas ofertas a domicilio de vinos y restaurantes, algunos especialmente notables y con personalidad propia al margen de su restaurante matriz.

Volvemos a los restaurantes en una apacible noche de primavera, 91 días después de que una extraña pandemia nos obligara a todos a cancelar nuestros planes y posponer nuestra reserva; volvemos, sí, al mismo sitio en que nuestra normalidad se vio truncada y nos encerrara durante demasiado tiempo entre cuatro paredes, unas pantallas digitales y unas ventanas de aplausos a las 8 de la tarde. Volvemos a los restaurantes y – a pesar de lo vivido – volvemos a ser felices en ellos.

Horcher | David de Jorge

Este restaurante de esta cita pospuesta durante tres meses es Horcher, porque no queremos que esta extraña situación sobrevenida nos cambie, porque queremos volver a ser los mismos que antes. Ya es casualidad que haya sido Horcher, Premio mejor restaurante en la última edición de los Premios de Gastronomía de la Comunidad de Madrid y donde celebramos la cena navideña de la Academia Madrileña de Gastronomía en un noche de aquel feliz 2019. Hoy todos los años parecen más felices en comparación con este.

Horcher abrió sus puertas por primera vez en Berlín en el año 1904, en Madrid inauguró en 1943. Al frente del restaurante se encuentra Elizabeth Horcher, la 4ª generación de un restaurante que ha sobrevivido traslados, guerras y muchos cambios en la historia de España, de Europa y del Mundo, y que ahora se enfrenta -como todos- a cambios y situaciones inéditas.

Pensaba en esto mientras paseábamos camino del restaurante, y en aquellas cosas cotidianas que se han mantenido inalterables en Horcher durante sus más de 100 años de Historia: una forma de entender la restauración, los platos y el servicio de sala que es parte de su identidad y lo que lo convierte en una de las salas imprescindibles de Madrid.  

¿Cuantas de estas cosas se verán afectadas por esta impuesta nueva normalidad?. Tras los saludos enmascarados, nos sentamos en nuestra mesa, miramos alrededor: servicio de sala con mascarillas, códigos QR para la carta, alguna mesa menos – no muchas, ya que el espacio y la comodidad siempre han reinado en este casa – y ya. Todo lo demás es reconocible: las sonrisas, el servicio, los platos clásicos de la carta, las añadas sabias de vinos, el trinchado y las crepes suzettes en sala. Nos reencontramos con Horcher, nos quitamos la mascarilla y volvemos a sonreír. Volvemos a nuestros restaurantes.