PIDO LA PALABRA. Con este foro de opinión, coordinado por nuestro académico Juan Manuel Bellver, la AMG quiere ofrecer un altavoz para que los profesionales del sector expresen sus ideas sobre temas que nos conciernen a todos los que amamos la gastronomía madrileña.

          por César Martín Cruz*

 

Y no dejarme llevar por el pesimismo. Quiero pensar positivo y ser capaz de transmitirlo. Prefiero ver el lado bueno. Y no permitir que esto acabe con mi alegría ni con mi esperanza.

Sí, es cierto, las cosas están mal. Algunas, incluso, muy mal. Pero por ese motivo ahora más que nunca necesitamos sacar lo mejor de cada uno. Me niego a dejarme arrastrar por la corriente de los lamentos.

A estas alturas ya sabemos de qué va esto. Aunque todavía no seamos capaces de controlarlo, conocemos la manera de protegernos y cómo proteger a los demás. Hagámoslo y ya está. No es tan difícil. Son un puñado de normas que todos podemos cumplir.

En esta circunstancia, me parece que es más complicado gestionar nuestras emociones. El virus ha sembrado un panorama de sombras, pero detrás de toda sombra hay siempre una luz. Y, bajo mi experiencia, esa poderosa luz es la gente. Esa grandísima mayoría que ha tomado conciencia del momento que vive y de los cuidados que se deben tener.

Es cierto que las imágenes con la que nos bombardean los medios a diario socaban cualquier ánimo. Mostrar al que no cumple con las reglas es mucho más llamativo y, quizá, hasta necesario, quién sabe. Pero la auténtica realidad de este país está formada por gente que está a lo que hay que estar; trabaja (y mucho); atiende a sus familias y amigos; es respetuosa consigo misma y con los demás; tiene valores y hace que el sistema funcione de una manera silenciosa, sin llamar la atención y sin hacer aspavientos.

Por contraste, hay una minoría ruidosa que no para de llamar la atención para alimentar sus carencias. Escuchar sus ridículas ocurrencias y, mientras, comprobar cómo la mayoría silenciosa continúa trabajando y esforzándose cada día me muestra de manera clara que, como sociedad, seguimos mereciendo mucho la pena.

Lo veo en la gente con la que me cruzo a diario. Compruebo en mi entorno el esfuerzo que todos hacemos por manejar nuestras vidas: mis compañeros de equipo, los numerosos proveedores, los clientes y amigos… su ejemplo me genera esperanza. Sé que se puede contar con ellos y me muestran que juntos saldremos de esta situación. A mí, todos ellos me dan tranquilidad.

Debido a circunstancias personales, he tenido durante este tiempo mucho contacto con el sector sanitario. Su actitud y comportamiento, a pesar de la que les está cayendo encima y, en ocasiones, del desprecio institucional que reciben, está siendo para mí toda una lección de vida. Ahí siguen día a día con toda la fuerza que les permite la situación y con todo el ánimo del mundo, cogiendo al virus por los cuernos para intentar cuidarnos y salir ilesos.

Al verlos, siempre me surge una pregunta: si ellos creen en esta sociedad, la cuidan y protegen, ¿con qué derecho vamos a estar quejándonos todo el día?, ¿alguien se atreve a decirle a una celadora, enfermero, doctora o auxiliar después de una jornada (o dos, o tres) viviendo lo que están viviendo, que llevas una semana enfadado porque has tenido que pagar autónomos? Yo, no.

Resulta tremendamente satisfactorio saber que ellos están ahí y que seguirán estando cuando todo acabe. Ojalá entonces estemos a la altura para darles su merecido homenaje y poder decirles que, gracias a su lucha y a su ejemplo, aprendimos a vencer al derrotismo y sonreír al malestar.

Por gente así, crecemos como sociedad, a pesar de que a veces nos esforcemos tanto en parecer lo contrario. En mi día a día, compruebo cómo nos preocupamos más por el otro, le sentimos más cerca. Esos a los que no saludábamos por las mañanas resulta que ahora están más presentes en nuestra vida. De manera sincera, veo que  estamos tomando conciencia de que  si a nuestro entorno no le funcionan las cosas, más tarde o temprano nos pasará lo mismo. Este dichoso virus deja como lección que preocuparnos por los demás sale a cuenta, que peleando juntos somos más fuertes que por separado y que, en definitiva, una sociedad avanza cuando es respetuosa y compacta y retrocede cuando no se mira a la cara.

Quiero pensar que esta realidad, aunque despacio, está calando. Me viene a la cabeza una imagen real para explicarlo. Para mí, la música en un restaurante es vital y siempre me ha parecido que el estilo más apropiado era el reggae, un género que calma nuestro interior y predispone a sentirse relajado y dispuesto. He visto en numerosas ocasiones cómo personas menos receptivas, en teoría, a este tipo de música movían la mano sobre la mesa al ritmo de Tiken Jah Fakoly o Alpha Blondy. Quizá no fueran conscientes en ese momento y posiblemente nunca lo sean, pero un poco de esa serenidad ya les caló. De igual manera, ojalá cale en nuestra sociedad lo positivo de esta circunstancia que nos ha tocado vivir.

Para finalizar, me gustaría hablar a nuestros gobernantes. Y quiero empezar por reconocer el montón de cosas que se han hecho en esta crisis, que merecen todo el respeto y apoyo. Estamos ante una situación extremadamente difícil de afrontar y resolver. Pero les sigo sintiendo muy alejados de nosotros.

El virus y sus circunstancias derivadas han puesto de manifiesto las carencias de este sector. La falta de entereza y sentido común que en ocasiones han mostrado tiene que hacernos pensar qué dirigentes queremos en el futuro para guiar nuestros pasos.

No valen discursos vacíos y gestos forzados que revelan que no somos su prioridad. Necesitamos a políticos que comprendan a una sociedad que ha dado un paso gigante para ser mejor y que reclama honestidad, sabiduría, humanidad, cercanía y, sobre todo, inteligencia. Estoy convencido que ellos son los primeros que también lo saben y lo desean.

Pongámonos todos a ello. Somos una gran sociedad. Tan solo hace falta darnos cuenta de ello.

 

* César Martín Cruz es chef y co-propietario de los restaurantes Lakasa y Fokacha.

 

 

 

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