Nos gusta Nakeima.
Nos gusta por su frescura e inmediatez, en ingredientes y en tratamientos de productos conocidos.
Nos gusta por su innovación, en la manera de hacer, de concebir sabores y mezclas, de atender al cliente.Nos gusta por ese grupo de jóvenes inconformistas de la cocina, que se han unido para hacer algo diferente, algo que les sale de la gana y de la imaginación. Sin condicionantes, sin cortapisas.Nos gusta porque ese grupo de jóvenes no empieza y acaba en la cocina, sino que se extiende a la barra y al servicio al cliente. Con complicidad, con camaradería, con un guiño de ojo al comensal cuando este sonríe ante un sabor nuevo o ante la perfección de uno conocido.
Nos gusta que les guste el vino y se preocupen por su oferta, y que le den importancia a nuestros vinos de Jerez y de Sanlúcar de Barrameda, cómplices perfectos para esta cocina.

Por todo ello, y por mucho más, el otro día acudimos para un festival diferente y divertido.Y comprobamos que Nakeima es más Nakeima de lo que teníamos en el paladar y la memoria.

El asunto era estrenar ese espacio oculto y prometido de la parte de arriba, que siempre está a punto de abrirse al público, y el a punto es constante en el tiempo, independientemente del tiempo que pase.

Pero esta vez, lo conseguimos. 14 puestos. Ni uno más. Copados a las pocas horas de la convocatoria. Risas. Vinos. Sentados…y entonces sucedió.

Nakeima es más que Nakeima. A los que esperábamos un menú extendido y adornado de lo que ofrecen en la parte de abajo se nos cayeron los horcajos, y encontramos una cocina diferente, sofisticada, independiente de lo que otras tantas veces conocimos en el Nakeima habitual.

En esas cabezas hay mucha imaginación, en esas manos mucha técnica y en esos fogones mucho dominio del concepto. No entro en si algunos platos fueron superiores a otros, si aprobaron o fueron de matrícula, si repetiríamos una o varias veces. Entramos en la capacidad de hacer diferente, y gustoso, a lo que conocíamos. Y bueno.

Entramos en sabores que explotan en la boca sin una referencia anterior (Dim Sum de Códium) llenándola de mar, seguido de uno de vieira . De picantes sin complejos (Gilda con Kimchi), de grasa domesticada (Carpaccio de manitas), de escabeches reinterpretados (Mejillones) con una (una sola) patata frita como una oblea de repetir por docenas, y de una ensalada de bogavante sirvió de excusa para un caldo de sumergirse en él y quedarse ahí a vivir.

El Siumai de gambas fue un descubrimiento, de esa otra cocina que allí se tejen, y el Bao de pollo y carabineros sublime y redondo, al que un relleno más abundante nos habría agrandado la sonrisa.

Sonrisa que se agrandó hasta el infinito con el Ramen bañado en caldo del Bogavante, rezando porque se acabase el Ramen y atacar ese caldo digno de los más estrellado del Cantábrico, que con la careta quitada acabamos bebiendo directamente de su cuenco, en la más auténtica tradición japonesa (ese pueblo que pierde toda su virtud y respeto cuando se enfrenta a algo que le supera en atracción).

Y así desfilaron un bacalao negro al kill Bill, los noodles de boletus, un tartar que se comía en una flauta de arroz, el tuétano Katabuki (un poco más hecho habría tocado el cielo), y ese plato obligatorio y desbordante que es la oreja con Kimchi, de la que alguno nos comimos tres.

Nakeima es más que Nakeima. Salvo la oreja (imperdonable), todo platos nuevos, todo una cocina más elaborada o de una mise en place importante, todo una demostración de imaginar y hacer, de concebir, en mentes jóvenes y trabajando sin cortafuegos. Una delicia.

Y el compañero líquido, de la mano de Antonio Barbadillo, que nos acompañó, aportó, comentó, explicó, jugó a la compañía, la sorpresa y la complicidad con la Palomino.

Manzanillas, Jerez, Amontillados, Olorosos, algunos en primicia, con una única ruptura, un Jura, y la demostración de que tenemos unos vinos únicos y que hacen el matrimonio perfecto con esta cocina.

Gracias, Antonio, gracias por acompañarnos, gracias por aportarnos.