En Navidades el centro de Madrid luce especialmente. Se celebra que hay que celebrar, que al fin y al cabo qué otro sitio mejor para estar. En la calle Arenal el flujo de gente no para y de las administraciones de lotería nacen colas, tan largas y densas, que entorpecen el paseo. El bullicio decae suavemente según nos alejamos, siguiendo Arenal, camino del Palacio de Oriente. En el 84 de la calle Mayor, cerca de la Plaza de Oriente está Casa Ciriaco.

Desde la segunda planta del edificio, en 1906, el anarquista Mateo Morral le lanzó un ramo de rosas que envolvía una bomba a Alfonso XIII, en el desfile tras su boda con Victoria Eugenia. Pocos años después, Ciriaco Muñoz, segoviano de Santibánez de Ayllón, abrió allí una taberna por la que pasó todo periodista, torero, tonadillera, político o empresario que fue alguien durante el siglo pasado. Fue una de las mejores casas de comidas de Madrid durante el siglo veinte, pero llegó boqueando a la gran crisis. Los hermanos Godofredo y Ángel Chicharro, a los que se trajo Ciríaco de Segovia por amistad con su padre y que habían heredado el negocio, ya no vivían y Amparo, sobrina de Ciriaco y cocinera durante más de 40 años, no estaba para estos trotes.

Se iba sin remisión, ya casi nada dura cien años y menos en la hostelería. Pero Madrid tiene eso, que te vuelve a nacer de debajo de la piel cuando menos te lo esperas. Se lo debemos a Alfonso Delgado y Daniel Waldburger, empresarios hosteleros con éxito a los que les ha parecido que ese trozo de historia es importante y se han propuesto mantenerlo vivo.

El empeño merece la pena, sólo hay que echar un vistazo rápido a las piezas colgadas en las paredes –Ciriaco se visita leyendo sus paredes-: en la entrada está el grabado donde se recuerda que el Max Estrella de Valle-Inclán empezó sus correrías nocturnas aquí; ya dentro nos encontramos con el sello que Mingote creó para el restaurante y pasado el comedor queda el rincón dedicado a la casa real, en el que se encuentran todo tipo de recuerdos a los Borbones. Son parte de las decenas de testimonios de los clientes que pasaron por allí.  Pero sobre todos ellos flota el nombre de Julio Camba. No se puede hablar de Casa Ciriaco sin recordarle, como hicieron durante muchos años sus amigos en una tertulia que se celebraba allí mismo y que lideró el propio Mingote. El ABC siempre está presente en esta historia.

En Ciriaco se come hoy estupendamente. De hecho, no creo que se haya comido mejor nunca. El local es luminoso y parece más limpio -ayuda que hayan quitado las cortinas- de alguna manera es lo mismo que sucede con los platos, además el servicio es vivo y amable. Hace unos días unos cuantos amigos nos reunimos para compartir un menú de clásicos, empezando por unas espléndidas, finísimas en todos los sentidos, empanadillas fritas. Llegaron luego las angulas a la bilbaína –a los Chicharro les apasionaban- como prólogo de los estupendos escabeches de trucha y perdiz. Para seguir con los callos a la madrileña, receta canónica, o con garbanzos, en ambos casos picantitos y sabrosos. No podía faltar la sensacional gallina en pepitoria, marca de la casa, de carne oscura y salsa melosa, una receta con reminiscencias árabes que cada vez es más difícil de encontrar. Acabamos con una leche frita hecha al momento, que mojé con una copita de anís, por supuesto sin flambear. Sigue siendo como comer en casa, o más bien como se comía antes en las casas donde se comía bien. Daniel y Alfonso pueden estar orgullosos, de lo que había está todo lo que puede estar, y lo nuevo lo deja como debe estar en 2018.

La comida ha sido copiosa y el otoño madrileño nos acoge hoy con mucha niebla. En la plaza de Oriente frente al Palacio Real, el viento frío en la cara, me viene a la cabeza que el plato favorito de Isabel II era la pepitoria, aunque murió antes de que abrieran Casa Ciriaco, fue Don Juan Carlos el que lo frecuentó, aficionándose a los judiones con perdiz. Que Camba, al que nunca había que tomarse completamente en serio, ni completamente en broma, fue simpatizante en su juventud de Mateo Morral y murió, contó Godofredo, tras una cena opípara a base de acelgas, pepitoria, ternera y flanes que llevaron entre él y Juan Belmonte cuando agonizaba en el Palace, lo que le valió a Godofredo una propina de un duro. Que los Chicharro sacaban una corona de flores cada año por el aniversario del atentado. Que Pastora Imperio y Estrellita Castro, en tiempos alegres, les visitaban con frecuencia.

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